martes, 11 de enero de 2011

Una lectura daviliana de las Desfiguraciones de Víctor Vimos

Un hombre decide suicidarse y, mientras toma una sobredosis de somníferos, escuchamos su conciencia confesándose a sí misma la caótica colección de motivos que la llevaron a tomar la más grave de las decisiones. Paradójicamente, la crónica de este suicidio posibilita un nacimiento: la de la voz poética del libro Desfiguraciones (Nulú Bonsai Red Editora / Vimos Vimos, Arequipa, 2010) del ecuatoriano Víctor Vimos Vimos (Riobamba, 1985). Epígrafes y anuncios aparte, el poemario no podría empezar de forma más explícita: “un balazo / el graznido de pájaros oxidados”. Presentado el tema, el lector no necesita más que entregarse a la larga disquisición del narrador lírico. Detrás de la íntima letanía, se esconden razones supuestas o falsas; todas, pretextos del poetizar.
Desfiguraciones es un poema extenso, compuesto de fragmentos enlazados con sutileza, pocas digresiones y abundantes imágenes que, en principio, aparentan minimizar la gravedad de la muerte, pero revelan que solo la voluntad del individuo (en este caso el suicida) puede darle algún significado a la vida: “No planeé nada de esto / la muerte es una cucaracha que flota en la sopa / te la tragas y aprieta el cuello por dentro / deja su sarna en la venas / la sangre se vuelve aceite podrido / y un batallón de gusanos / empieza a devorarte los ojos”. La voz de Vimos se desfigura como en un juego de espejos enfrentados que se dicen de modos distintos hasta el vértigo, exactamente lo mismo: “esto es un juego / mira / los somníferos son bolitas blancas / escupitajos de las aves en el pelo / caramelos / puertas pequeñas por donde fuga el miedo a perder”.
De súbito, las fuentes líricas de Vimos aparecen tímidamente, presumiéndose como recursos expresivos bien aprendidos. Al menos uno de ellos parece relevante: César Dávila Andrade. El Fakir, en su poema titulado “Origen II”, del libro En un lugar no identificado, confiesa: “Ahora sé que me dieron esta alma en medio de una batalla. / Alucinado por las cerillas enemigas / miré el cadáver de mi madre bajo el Cisne que la amaba”. Víctor Vimos repite en un tono menos solemne: “no planeé nada de esto / uno despierta un día y se ve arrojado a las aguas / como un reptil desahuciado / arrojado a las aguas oscuras de la noche”. En ambos casos, la vida parece un don difícil de sobrellevar, porque el individuo moderno ha nacido en medio del día del Armagedón.
Sin embargo, Desfiguraciones no es sólo una visión poética (un rapto de tradición andina, en este caso), sino también un juego de materialidad lingüística renovada. A menudo, versos y frases enteras sirven de estribillos y enlaces entre fragmentos. Lo más interesante sucede cuando el tono pasa de la solemnidad al desenfado, como cuando la voz del poeta se contempla a sí misma en un trance y, de pronto, se dice: “no me calmo un carajo / un escarabajo / un gargajo”, en un juego de homofonías que entregan el sentido al azar combinatorio, luego de haberlo gestado en un lugar tan grave como puede ser el de un monólogo lírico sobre la muerte. El lector posee varias entradas para hallar significados, todas ellas válidas e imprecisas como, por ejemplo, aquella del amor perdido, imposible, fracasado: “yo no amé a la francesa / yo amo a la cerveza / a la cereza / a la pereza / a la princesa que llevas debajo de la falda”.
Estos continuos cambios de tono, que podrían interpretarse como un esfuerzo por imprimir momentos de banalización sobre la predominante solemnidad lírica, actúan como rellanos en medio de una escalera que inevitablemente termina en el vacío. Dice en uno de ellos: “a la francesa le encantaba que le dijera / mamuasel / como si estuviera rogando por un urinario / mamuasel /  para dejar mis fluidos atormentantes / mamuasel”. Acaso el humor sea el síntoma de que aquella caída inevitable es lo único que tiene sentido. De manera que, cuando llega el final del viaje, cualquier sarcasmo se apaga ante el peso de lo prevenido. Entonces, acude otra vez la sombra de César Dávila Andrade, en este caso, desde el final de uno de sus cuentos, “El cóndor ciego”. El Fakir le da nuevamente la mano a Vimos y le ayuda a completar la tarea que se había impuesto al inicio de su disquisición poética: “ha llegado el momento de estirar la alas / de pararse al filo del abismo / y saltar irremediablemente / al vacío”.
­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­Víctor Vimos Vimos (Riobamba-Ecuador, 1985): Miembro fundador del proyecto editorial  Matapalo Cartonera. Ha obtenido varios premios y menciones en certámenes literarios locales. Sus textos aparecen en varias antologías latinoamericanas. Ha publicado Perinola (Noctambulario Ediciones, 2007), Prolongaciones (Casa de la Cultura Ecuatoriana, 2010), Dragón (Sarita Cartonera, Lima, 2010). Estudia Antropología y colabora con la prensa escrita.

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